Con olor a lavanda

Una vez seca la lavanda, llega el momento de desgranarla.

Me niego a ponerme guantes para ello, igual que en el jardín.

Aunque acabo con las manos maltrechas, me gusta sentir la tierra

y los productos que salen de ella.

La habitación, la casa entera, empieza a impregnarse

de olor a lavanda, ese olor fresco, limpio y tonificante.

Utilizo un mortero de mármol de mi abuela, quien lo heredó

de su suegra y que luego pasó a mi madre.

Como un zigzag suegra-nuera que, salvo el paso de

mi madre a mí, seguirá su tradición porque sólo tengo un hijo varón.

Con el mortero machaco un poco las semillas

para que desprendan mayor olor.

Después relleno algún frasco grande en el que dejo algunas ramitas.

De este modo resulta más decorativo y permite mover periódicamente las

semillas y que sigan desprendiendo su olor.

El frasco será para el cuarto de baño.

El resto irá a saquitos de tela que servirán

para perfumar los armarios y resguardar la ropa de la polilla.

Otros años he dejado macerar las semillas de lavanda en alcohol.

Tras colar, lo he utilizado como alcohol de quemar,

aliviando algún catarro, y en friegas para la piel lastimada.

Este año mi prioridad ha sido fotografiar la lavanda,

captar su textura e intentar trasmitir la sensación placentera

que produce el olor de esta planta.

Como veis, no me cansé de hacer fotos…

Con ellas os dejo, deseándoos un relajante fin de semana

y agradeciendo como siempre que estéis aquí.

Besos