Las Truman de mi padre

En un cambio de casa hay muchas cajas de mudanza.

Algunas tardan en abrirse incluso un tiempo después de habernos instalado.

Yo, además, tengo una caja que en cada traslado aumenta de tamaño. Es abierta, descubierta, disfrutada y vuelta a cerrarse. No es una caja de mudanza, es la caja de mudanza.

Porque todos mudamos en el devenir de la vida pero hay recuerdos, detalles, cosas, que no queremos perder  y que atesoramos.

Si soy coleccionista de algo es de recuerdos, la mayoría de ellos materializados en objetos, algunos de lo más peregrino.

Soy la “conservadora de la familia” y de ahí que frecuentemente reciba llamadas de los míos preguntándome.

¡Oye, nena!,  ¿aquellos  programas de la exposición que hice en Málaga?...  ¿dónde estarán los “Blanco y negro” de las titas”?... ¿y el reclamo de perdices?... ¿Tenias tú el último lapicero que utilizó el abuelo, aquél al que sacaba punta con la navaja y que apenas medía ya tres centímetros?...

-¡Anda, se vuelven a llevar “las Truman”! Fueron mis primeras gafas, me las puse más por coquetería que por verdadera necesidad. Voy a llamar a mi Maripiola, seguro que las guarda ella.

Sí papi, las guardo yo… Aquí están.

A mi padre, aprendiz de todo, como a él le gusta llamarse.

Maestro de pasiones, de Amor, de besos sonoros, de inquietudes, obsesiones, ética, estética… Maestro de vida.

Inventor del sonido del despertar, de las cosquillas, de la magnesia y de aquella nana que me acompañará toda la vida.

“Maripiola…

 Maripiola la de ojos azules

 y labios de grana.

 Mariposa de lindos colores,

 florecilla de alegre mañana…”

¡Gracias papá!